Nacido de la oscuridad
—Hola a todos, mi nombre es Yami y traigo la destrucción.
Lo dijo con los mismos ojos que una vez habían resplandecido como el ámbar, pero que ahora estaban vacíos y reflejaban la más aterradora de las oscuridades.
—Yami, hijo, escucha —se adelantó un anciano entre los vecinos, con los brazos extendidos y temblorosos—, no tienes que hacer esto.
El joven dirigió su mirada hacia aquel aldeano con el que alguna vez había compartido sus preocupaciones, en una época muy diferente. A veces el pasado parecía provenir de otro mundo, uno en el que la felicidad y la justicia eran posibles. Yami volvió a mirar fijamente un punto indefinido, sin parpadear.
—Gentes que aquí vivís, como he dicho, mi nombre es Yami y traigo la destrucción.
Nadie se movía, no sabían qué hacer, y el terror los paralizaba. Los pequeños se abrazaban a sus madres, las parejas se protegían en los brazos de sus amados. Era el fin. Todos conocían a Yami, o más bien al antiguo Yami, el extraño joven con el que habían compartido aquellas mismas calles, siempre tan lejano, tan diferente, pero también muy respetuoso. Ahora los amenazaba con la destrucción, con una mirada que albergaba todos los horrores del mundo. Ahora, era el fin.
Solo el anciano conocía la verdad.
—Es un demonio —susurró un joven de ojos azules, el mismo que dos años atrás coqueteaba con Yami, sabiendo que estaba casado y tenía un hijo.
El anciano también sabía que, efectivamente, aquel era el fin. Porque Yami ya no era el distante aldeano del pasado; era quien había nacido para ser, aunque él mismo, durante mucho tiempo, había luchado por ser quien él deseaba.
Yami alzó con delicadeza una mano hacia el cielo y las nubes adquirieron un color negruzco sobre la aldea. Su rostro era la personificación de la nada, porque no había nada en él; ¿dolor? ¿alegría? ¿rencor? Simplemente, nada. El anciano cerró los ojos un momento, recordando al joven de quince años que había conocido en el bosque.
“—Me gustaría tocar las estrellas, pero yo soy oscuridad y jamás podré hacerlo” —le había dicho, mirando entre ramas y hojas la inmensidad del cielo con unos hermosos ojos de ámbar.
Ese era uno solo de los miles de recuerdos que aquel joven le había regalado. Tras aquella noche en el bosque conversando agradablemente, el anciano había tardado varios meses en volver a verle. Fue sorprendente el reencuentro, porque el joven había vuelto a la aldea para quedarse.
“—Me dijisteis que somos lo que decidimos ser y que no tengo por que ser oscuridad” —le había confesado al anciano—. “Os creo.”
Y a partir de entonces, Yami vivió como un aldeano más. Apenas hablaba con nadie, ni siquiera con el anciano, pero cualquier conversación que mantenían era siempre fascinante.
—Cuando os dije, anciano, que yo era oscuridad, no os mentía —hablaron en una ocasión—. Mi sangre es oscuridad, mi cuerpo es oscuridad, mi ser es oscuridad.
—Querido Yami —lo interrumpió el anciano—, lo único que sé sobre ti es que tus ojos no son oscuridad y creo que tu corazón tampoco.
El joven reflexionó sobre esas palabras y parecieron satisfacerlo.
Los años pasaron y fue más que sorprendente ver que Yami era capaz de enamorarse, de amar y de compartir su vida con alguien más. La afortunada fue una muchacha llamada Kina, que no destacaba por hermosura o dar buena conversación, sino por su inmenso corazón. Vivían en el pueblo pero parecía que vivían en su propio mundo. Eran felices. Y llegaron a tener un bebé de ojos color ámbar.
Todo cambió una noche. Un eclipse de luna. Un viento inquieto. El pueblo estaba en calma, pero el anciano, que llevaba varios días poniendo orden entre su considerable colección de libros, estaba despierto cuando oyó el grito. No era un grito humano y si hubiese sido sensato se habría quedado en su acogedor estudio. Pero algo le decía que un grito tan inhumano solo podía estar relacionado con Yami. Así que, preocupado, salió de su hogar y se dirigió a la apartada casita de su amigo. Llegó a tiempo de ver cómo las paredes de piedra se derretían como la cera. En medio, en pie, solo quedó Yami, muy quieto. El anciano gritó:
—¡Yami!
Y el joven se giró, impertérrito pero con lágrimas en los ojos.
—Soy oscuridad y nada podrá cambiarlo.
A pesar de estar asustado, el anciano intentó acercarse.
—¿Qué ha pasado, hijo?
Yami cerró los ojos un segundo y cuando los volvió a abrir ya no volvió ni siquiera a parpadear. Todavía eran de color ámbar.
—La oscuridad vino y se los llevó. Los mató, los destruyó. Convirtió sus cuerpos en muerte hasta que desaparecieron con la noche.
Al anciano le costaba respirar, no entendía nada. Pero entonces el cuerpo de Yami creció y, como él mismo decía, se convirtió en oscuridad, fundiéndose con la noche.
Pasó todo un año hasta que el anciano volvió a ver a Yami y al verlo supo, como todos los demás, que era el fin. Aunque fuese el único que tras aquel frío demonio veía la verdad. Él no era oscuridad, pero la oscuridad había vencido en la dura batalla que habían mantenido.
—Yami —dijo mientras el viento se levantaba y la tierra temblaba—, eres más que oscuridad, tenlo siempre presente.
El joven parpadeó solo una vez y durante un segundo parecía haber recordado algo. Solo un segundo. Al siguiente, levantó su otro brazo y sentenció:
—Nadie puede escapar a la oscuridad.
Lo demás fueron gritos, llantos y desesperación.
No quedó nada de la aldea, un simple campo verde lleno de amapolas, la flor preferida de Kina. Pero Yami ya no era ese Yami, la oscuridad se había apoderado de todo su ser y pronto dominaría el mundo. Esa era tan solo la primera de muchas aldeas.
Aunque él no era el único ser nacido de la oscuridad. En algún lugar muy lejos de allí, había una niña de grandes ojos azules que miraba el cielo deseando tocar las estrellas. Sabía que la oscuridad estaba en su sangre, pero nunca había dudado que tocaría las estrellas. Y la oscuridad no la detendría…
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Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...
Así me gusta: saliendo del bloqueo escritor por la puerta grande. Es de lo mejorcito del blog (y ahora es cuando pongo montones de caritas con corazones en los ojos; si pudiera, claro XD). Es que esa mezcla de dulzura y fragilidad con destrucción y caos es fantástica (y más emoticonos con corazones, pero también otros llorando. Muchos emoticonos llorando).
ResponderEliminarSaludos desde la Luz impura, madre de las Sombras.
¡Muchísimas gracias! Sabes que siento debilidad por las historias un poco oscuras jajaja. A ver si me viene la inspiración para la entrada de hoy ^^.
EliminarLa madre de las Sombras te desea una feliz velada...