Izanami e Izanagi, los dioses creadores

Imagen sacada de Le Panda-Chan
En un inicio todo era caos. La Tierra consistía en un solo océano embravecido que ni siquiera los primeros dioses lograban contener. Después de tanto esfuerzo por crear aquel nuevo mundo, no había ni rastro de vida o tan siquiera tierra firme sobre la que pisar. Los dioses casi se habían dado por
vencidos cuando surgió una nueva esperanza: dos nuevas deidades, el dios Izanagi y la diosa Izanami, que, bajo el mandato de sus antecesores, consiguieron lo imposible y pusieron fin al caos que reinaba en la Tierra. Las corrientes se calmaron y surgieron sobre el mar pequeñas islas en las que pudieron establecerse.

Terminada su hazaña, Izanami e Izanagi se reprodujeron y sus descendientes fueron nuevos dioses que controlaron todos y cada uno de los aspectos de aquel mundo, como el dios del mar, del viento, de los árboles o de las montañas. Sin embargo, un aciago día, Izanami dio a luz al dios del fuego y el cuerpo de la diosa no resistió. Izanagi, furioso por la pérdida de su esposa, dirigió su espada contra su propio hijo. No solo no consiguió matarlo, sino que de cada llama y cada gota de sangre surgieron nuevos dioses.

Desesperado, Izanagi emprendió un viaje al reino de los muertos para traer de vuelta a Izanami. Pero cuando llegó fue demasiado tarde. Su esposa, que cubría su piel con numerosos velos, le dijo que ya no podría volver, ya que había probado los alimentos del inframundo. A modo de despedida, Izanami le dio la espalda y entró en su castillo, perdido en las tinieblas de la muerte.

No obstante, Izanagi se negaba a darse por vencido y, en lugar de regresar al mundo de los vivos, siguió a su esposa al interior del castillo. Lo recibió un olor desagradable y una tenue luz, que iluminaba la figura de Izanami. La diosa, que ignoraba la presencia de su esposo, se despojó
Imagen sacada de The Demonic Paradise Wiki
de sus velos y dejó a la vista su carne putrefacta y carcomida por los gusanos. Izanagi gritó, horrorizado por la imagen de la que había sido la mujer que amaba. A su grito siguió el de Izanami, un alarido de pura cólera ante aquella intromisión, mientras intentaba volver a cubrir su piel. Dominada por la ira, la diosa envió a las huestes del infierno tras Izanagi para hacerlo pagar por aquella osadía.

Milagrosamente, el dios consiguió escapar y tapó la entrada al inframundo con un enorme peñasco, pero todavía pudo escuchar la voz de Izanami, furiosa, que lo maldecía con la promesa de arrebatar mil almas por día. Izanagi no se dio por vencido y, a su vez, aseguró que si ella cumplía su promesa, él crearía mil quinientas. Abatido, caminó sin rumbo hasta dar con un escondido lago de aguas claras. Deseando eliminar aquel olor a putrefacción que lo oprimía, se despojó de sus ropajes y se bañó en aquel remanso de frescura y calma. Al purificar su ojo izquierdo con aquellas aguas nació Amaterasu, diosa del Sol; repitió el mismo ritual con el ojo derecho y surgió Tsukiyomi, dios de la Luna; finalmente, purificó su nariz y su respiración y engendró a Susanoo, el dios del mar y la tormenta.











Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...

Comentarios

Entradas populares de este blog

Jak and Daxter

La Serpiente Emplumada: el Dios traidor

Novoland - The castle in the sky (Reseña)