El despertar del Sol - Capítulo 1

¡Hola personitas del Universo! Os traigo el primer capítulo de El despertar del Sol, la segunda historia que compone Leyendas del Sol y las Estrellas, un libro conjunto que estamos escribiendo Rush y yo. Tenemos mucha ilusión, fantasía, emociones y sentimientos que compartir y, sobre todo, ganas. Vamos muy en serio con este proyecto y esperamos de todo corazón que lo disfrutéis.

Me ha quedado un capítulo bastante largo, pero si lo dividía en partes perdía la emoción del final. Todos mis deseos de que se os haga interesante y os guste. Todas las opiniones son bienvenidas y el próximo capítulo que publiquemos será el Capítulo 2 de Diario de cómo alcanzar las estrellas.

*A nuestr@ lectorcill@ anónim@ que nos ha solicitado que escribamos una reseña sobre La verdad sobre el caso Savolta, estamos en ello, era para escribirla en febrero pero los estudios y otros proyectos nos lo han impedido. Pero no nos olvidamos ^^.


LA PRIMERA OSCURIDAD


Los primeros rayos del Sol, púrpuras y naranjas como el cielo del amanecer, empiezan a colorear las calles de piedra del Imperio del Sol. Aquí, en lo alto de una de las Torres Sagradas del Imperio, aún tardarán en llegar, pero los rituales no se hacen esperar para dar inicio al día.

—Asteria, vamos —escucho al sacerdote Samyon llamarme.

La estancia más alta de la torre, la más luminosa y cercana al Sol cuando este alcanza su cénit, está bordeada y cubierta por arcos. Tiene la vista más hermosa que conozco, con la ciudad allí abajo reluciendo en tonos dorados y el cielo infinito alrededor, duplicado en la superficie del mar.

—Sí… —respondo.

Pero todavía permanezco un rato más asomada a uno de los arcos, contemplando las pequeñas figuras danzantes sobre la muralla que protege la ciudad de las crecidas del mar.

Me giro y ya están todos en posición, sentados alrededor del altar central en el que la sacerdotisa mayor pronuncia sus palabras de respeto al Sol. Me siento en mi lugar y repito sus oraciones, fingiendo que estoy tan concentrada como los demás.

—Asteria —me llama la atención Samyon desde el otro lado del círculo.

Suspiro. Yo soy una sacerdotisa de las estrellas, o quiero llegar a serlo, a ellas es a quienes acudo para pedir consejo y rogar por la seguridad del Imperio. También hablo a la Luna cuando brilla en el cielo y hago las ofrendas diarias al Sol. Pero las estrellas son las que me escuchan y a las que he decidido honrar como sacerdotisa.

El problema es que mi conexión es mucho mayor con el Sol y los sacerdotes lo saben, creen que debería dedicarme por completo a comunicarme con el gran señor del Imperio y proteger la ciudad con su poder. Por eso estoy aquí, por eso accedo a concentrarme en el Sol que empieza su camino en el cielo, en las palabras de la sacerdotisa mayor.

Nadie quiere entender que lo que para los demás sacerdotes es un rito matinal para proteger el Imperio con el poder del Sol, para mí son minutos en los que siento que el mundo desaparece a mi alrededor.

Todo mi cuerpo vibra con violencia y me cuesta respirar, el silencio lo envuelve todo hasta que mi piel empieza a arder en la oscuridad y unos brazos de fuego me apresan y me dejan sin respiración. Siento dolor, pero no es mío. Siento deseo, pero tampoco me pertenece. La angustia se hace dueña de mi corazón y esa poderosa aura que me rodea me aterra. Así permanezco lo que me parece una eternidad hasta que la voz de Samyon, pausada y repetitiva, me despierta. Está delante de mí, con sus ojos castaños fijos en los míos.

—Deberías haberla dejado —dice la sacerdotisa mayor a unos pasos de aquí—, y tú deberías sentirte orgullosa de lo que posees —añade dirigiéndose a mí—. Hay mucho que desconoces sobre lo que hacemos los sacerdotes, por eso no sabes apreciar tu vínculo con el gran señor de los cielos.

Y, con sus ropajes ligeros y sus amuletos en forma de laberintos, regresa al altar, en el que ahora hay encendida una llama.

—Gracias —susurro a Samyon, un poco mareada.

—Xelia tiene razón, el culto a las estrellas es muy venerable, pero es el Sol el que protege los muros de la ciudad y el que guía a nuestros marineros en sus travesías.

Supongo que Samyon también le da más importancia a lo que puedo hacer que a lo que me puede pasar si lo hago. Me levanto, molesta, y me acerco a uno de los arcos de la torre sin despedirme. Empiezo a bajar los escalones que la rodean sintiéndome todavía angustiada por lo que acabo de experimentar.

Fuego, luz, opresión. Tal vez debería renunciar a los dulces cantos a las estrellas, a las largas noches en las que casi soy capaz de tocar su luz. Sí, debería renunciar al poder que me dan, un poder que puedo controlar, y pasarme las horas del día tratando de recibir la fuerza del Sol. Porque como no he sido capaz de aguantar ni unos pocos minutos sin sentir que me deshacía entre las llamas, se supone que tengo que ser capaz de guiar al Sol para que nos proteja.

No llego a bajar toda la torre. Mis padres esperan que vaya al taller de labrado ahora… pero estoy cansada y harta de que todos decidan por mí. No quiero ser la intermediaria entre el Sol y los humanos igual que no voy a trabajar toda mi vida labrando amuletos. Pero lo de no ir al taller es sobre todo porque acabo de ver en lo alto de la muralla a un grupo de niños aprendiendo a planear con la señora Yania. Y hace bastante tiempo que no me coloco esa trabajada tela a la espalda que me da lo mismo que me dan las estrellas con su suave luz: libertad.

Aunque las diversas casas y torres de la ciudad están a diferentes alturas, la mayoría de ellas están conectadas por los tejados o los muros con estrechos puentes de piedra. Así que llegar hasta lo alto de la muralla es solo cuestión de escoger los edificios adecuados e ir subiendo escalones.

Ya pasa del mediodía cuando llego junto a los niños.

—Buenos días, Asteria —me saluda alegremente Yania—, ¿no deberías estar aprendiendo el oficio familiar?

No lo dice por mal, debe de ser la única persona que conozco que no me juzga por no cumplir las expectativas.

—Debería… —me acerco, cojo una de las telas y empiezo a colocármela—, pero alguna vez sienta bien volver a sentirse una niña.

El artilugio es más que tela, tiene unas varillas de madera que sirven para que se sujete bien a los brazos y al tronco una vez atadas las tiras que cuelgan alrededor de los mismos. Cuando compruebo que la tela cae a mi espalda como si fuesen unas alas plegadas, Yania sonríe.

—Creo que lo tienes difícil para librarte de lo que todos quieren que hagas, pero ya sabes que volar puedes venir a hacerlo cuando quieras.

Para mí es suficiente y, con un poco de carrerilla, salto.

—¡Pero recuerda que si algo se te da bien, no deberías desaprovecharlo! —añade.

Y por fin soy libre, con el Sol de frente y el aire llenando mis pulmones. Hago que mi vuelo dure más extendiendo mis alas de tela para que el viento las eleve. Tantas torres alargadas para intentar arañar al Sol y al final siento que es así, con su luz bañándome de frente en el aire, como debe de ser alcanzar al gran señor de los cielos.

—Estrella… —escucho que susurra el viento.

Me asusto y pierdo el control por un segundo, pero consigo calmarme y decido aterrizar por donde lo han hecho los pequeños que estaban probando a volar. Me hago un poco de daño cuando mis pies descalzos tocan el suelo. Me estabilizo después de dar varios pasos hacia adelante y me siento liberada por fin de la angustia que me transmitió el Sol por la mañana. Porque todas las veces que he accedido a participar en un ritual del Sol han terminado de la misma forma: en angustia y malestar por mi parte. Si voy a pasarme el resto de mi vida sufriendo, prefiero dedicarme a otra cosa.

Desato las tiras de tela que sujetan las alas a mis brazos y tronco y le dejo el artilugio a una niña de larga melena negra como la mía para que se lo devuelva a Yania. Me alejo de la gente y me dirijo a las afueras, donde algunos árboles crecen entre las losas de piedra que cubren el suelo. Algunas de ellas tienen laberintos labrados o el dibujo del mismísimo Sol. La muralla rodea toda la ciudad, con el mar de un lado y el bosque del otro, pero hay agujeros estratégicos que dejan pasar el viento. Voy hasta uno de ellos, junto al que hay un banco y un pequeño árbol que sin duda pronto talarán para que sus raíces no puedan afectar al muro de grandes bloques de piedra.

Me siento y saco de mi pequeña bolsa cosida con hojas el cuenco con mi comida. Al comer se me viene a la cabeza la palabra “estrella” y después recuerdo la sensación de estar rodeada por llamas, o por lo que quiera que haya sido eso. Era aterrador… pero aún peor era la desolación que las acompañaba.

—Aquí estás, lo sabía.

Levanto la cabeza de lo poco que queda de la masa espesa que me ha preparado mi padre para comer y descubro a Elión de pie ante mí.

—No has venido al taller —lo dice con lástima y no me siento capaz de mirar sus ojos verdes.

—Hoy no ha sido un gran día.

Se acerca y me alisa el pelo con toda la naturalidad del mundo.

—Pero veo que eso no te ha impedido visitar a Yania.

Dejo el cuenco a un lado y deshago la fina trenza de mi pelo para poder peinarme bien.

—Las estrellas también tienen un gran poder —susurro—, puede que más suave, pero a mí me parece más brillante, como una melodía en la noche. Y… y es un poder que puedo controlar —admito.

Elión me mira perplejo.

—Eso no me lo habías dicho.

Compruebo que nadie nos está mirando, lo que sería extraño en un lugar tan apartado, y añado:

—Porque cuando ves a los sacerdotes usar sus cetros, son capaces de ver el mañana, o identificar el dolor de un enfermo, o simplemente iluminan con esa luz brillante que les da el Sol las murallas… —respiro hondo, tranquila, porque quiero decírselo a Elión—. Yo no hago nada de eso, yo… les devuelvo su luz a las estrellas, es como un intercambio temporal. A veces siento que las estrellas bajan a la tierra y dan un paseo conmigo…

Y me pierdo en los recuerdos de esas mágicas noches en las que solo algunas criaturas nocturnas me acompañan en ese canto a las estrellas.

—Y crees… —me interrumpe— ¿...que yo podría verlo?

Lo pregunta como si temiese arrebatarme ese momento íntimo y secreto con los astros de la noche. Sonrío y lo golpeo en el hombro.

—Pero tienes que venir solo y sin sueño.

Su sonrisa imperfecta pero maravillosa hace que el ritual de esta mañana parezca menos terrible. Si al final voy a acabar accediendo otra vez… pero por lo menos Elión entenderá por qué me gusta más orar a las estrellas.

Después tenemos que volver a casa, así que quedamos a medianoche sobre la muralla del mar. Antes, tengo que enfrentarme al enfado de mis padres.

—Asteria, no, no puedes hacer lo que quieres porque si todos hiciésemos lo mismo esta ciudad no funcionaría —dice mi mamá.

—Por lo menos el sacerdote Samyon nos ha dicho que has estado por allí, pero que sigues sin implicarte lo suficiente —añade papá.

—¿Lo suficiente? —me canso—. Si me implicara un poco más acabaría como aquel hombre que se volvió loco por crear su propio altar de oro y dedicarse una semana entera al rezo absoluto al Sol.

—No digas tonterías —se cruza mi madre de brazos.

—Es la verdad.

—La verdad es que eres una chica excepcional —papá se agacha para ponerse a la altura de mis ojos— y si no quieres dedicarte al labrado, es tu decisión, pero es nuestro deber hacer aquello para lo que hemos nacido y tú has nacido para honrar al Sol.

Bajo la mirada. Honro al Sol, simplemente me da miedo acercarme más a él de lo que ya hago porque sé que no acabaré bien.

—Papá tiene razón, mi dulce flor —me sonríe mamá—, por eso esta semana queremos que te centres en el culto al Sol, nada de estrellas.

—Espera, espera —me aparto para mirarlos a ambos a la cara—, no podéis hacerme eso.

—Es solo una semana —dice papá como si entre ellos ya lo hubiesen hablado.

Esta vez soy yo la que se cruza de brazos y salgo de casa para subir los escalones exteriores al cuarto que comparto con mi hermana.

—¿Por qué no les dices que te hace daño hablar con el Sol? —me pregunta Limia desde su cama, una tela naranja que cuelga del techo.

Es un año mayor que yo y ambas somos el mejor ejemplo de habitante del Imperio del Sol: ojos de color ámbar, piel morena, melena negra y larga y con amuletos del Sol por todas partes. Yo suelo llevar mis pendientes, los demás los guardo en mi cuarto. Ella siempre se coloca collares, anillos, pulseras, pendientes e incluso los engancha al pelo. Ahora mismo está trabajando en el labrado de un laberinto en una pieza de oro.

—Me alegro de que una de las dos haya nacido para este trabajo… —comento recordando eso de que yo he nacido para honrar al Sol.

—No me has respondido —y deja la varilla de metal y el amuleto en la cama, de la que se levanta.

—Ya he intentado explicárselo de muchas formas y… está claro que serían muy felices si les saliera sacerdotisa del Sol… —suspiro.

Limia gira un poco la cabeza mientras me mira.

—¿Y le vas a hacer caso? ¿Vas a probar a no rezar a las estrellas y centrarte en el Sol?

Pienso en la luz de las estrellas y en que he quedado con Elión.

—¿Tu qué crees? —sonrío, me asomo a la ventana y decido quedarme así hasta el atardecer.

Porque de vez en cuando sienta bien no pensar en nada más que en la calma del mundo.

Cenamos todos juntos, como siempre. Estoy enfadada con mis padres, aunque eso no me impide reírme de las ocurrencias de mamá y de las tonterías de papá. Creo que en el fondo saben que no pueden impedir que me acerque a las estrellas, pero tengo que admitir que sí que han conseguido que decida esforzarme más en mis rezos al Sol, a riesgo de volverme loca.

Antes de la medianoche salgo de mi cama y me visto con algo ligero, como es habitual aquí donde el frío pocas veces nos visita, pero menos ligero que lo que llevo para dormir.

—¿Te vas ya? —pregunta Limia desde su cama.

Me acerco y coloco mi frente sobre la suya como muestra de afecto.

—Pues dales un saludo a las estrellas de mi parte —añade.

—Lo haré —susurro desde la puerta.

Salgo y me dirijo a mi cita con Elión y las estrellas. Tengo que hacer el mínimo ruido posible porque en la Ciudad del Sol la gente duermen con puertas y ventanas abiertas. Solo se cierran en época de grandes lluvias con losas de piedra. Por suerte, nadie me escucha o sale a mi encuentro y al escalar la muralla veo a Elión sentado admirando el cielo nocturno sobre el mar.

—Las estrellas son pequeñas, lejanas y no atraviesan la oscuridad de la noche, pero a veces me parecen más cálidas que el Sol —me siento a su lado.

—¿Te sonríen así como les estás sonriendo? —me mira.

—Muchas veces.

Elión rebusca algo en su bolsillo, me mira con seriedad y dice:

—Que nadie te haga elegir —me pasa las manos por detrás del cuello y me coloca un colgante—, puedes estar también con las estrellas cuando rezas al Sol.

—Eso es imposible —me río—, el Sol y las estrellas nunca coinciden en el cielo, por desgracia, así que no puedo rezar…

—¿Y quién dice en el cielo? Siempre queremos alcanzar ese lugar, pero nosotros vivimos en la tierra y aquí vivimos con nuestras normas.

Echo un vistazo al colgante y veo un amuleto plateado con una estrella labrada. No puede ser, hacía años que no veía uno. Miro a Elión con los ojos muy abiertos.

—Ahora… estoy unida a las estrellas de día y de noche, ¿no?

Todavía sigo emocionada, es un regalo precioso y además lo ha hecho él mismo. Me levanto, tomo a Elión de la mano y lo guío hacia los escalones de la muralla.

—¿Vamos a bajar al mar?

—Hay marea baja y un cielo totalmente despejado —digo como respuesta.

Y empiezo a bajar los escalones seguida por él. Al llegar abajo, el suelo está cubierto por losas de piedra como en el interior de la ciudad, la diferencia está en que estas losas se cubren de agua con la marea alta. Pero ahora relucen con el brillo pálido de la Luna, secas y algunas de ellas con dibujos de laberintos. Camino hasta donde las suaves ondas mojan mis pies.

—No mires, no escuches, no pienses —le digo a Elión que se ha quedado un poco atrás—, solo siente.

Música ambiente para el momento con las estrellas.

Cierro los ojos y soy capaz de percibir el brillo estelar a mi alrededor. Respiro hondo y unas lucecillas de colores empiezan a danzar a mi alrededor. También yo empiezo a moverme a su ritmo.

»Mecidas por la noche —susurro y doy un suave giro sobre el agua—, melodía de esperanza, luces de la vida, sueños del mañana…

Abro los ojos y me encuentro rodeada por delicadas estelas plateadas y rosadas.

»El hilo de la eternidad se rompe —me escucho decir, pero son ellas las que hablan—, tiembla la tierra y solo una luz permanece.

Siento un aire de inquietud entre las estrellas, así que junto las manos sobre el corazón y susurro:

»No hay luz que se extinga sin dejar al mundo su halo de fulgor…

Es como si las estrellas se calmaran y me abrazaran con suaves caricias al oír estas palabras. Por un instante dejo de sentir el agua y el suelo bajo mis pies, la libertad llena mi corazón.

»Sentirás miedo —dice una voz en mi interior—, pero tu luz será siempre tuya…

Vuelvo a sentirme sobre una fina capa de agua y todavía danzo y juego un poco más con esas criaturas luminosas que me rodean. Finalmente, las dejo ir, o ellas me dejan ir a mí, y me quedo en silencio unos segundos, con los ojos cerrados.

Elión me mira con expresión de calma y sorpresa al mismo tiempo. Camino hacia él.

—¿Qué se ve desde fuera?

Todavía me mira perplejo, pero respira hondo y echa un vistazo al cielo.

—Era luz, vida, parecía que el cielo y la tierra bailaban juntos —vuelve a mirarme—, y después tus palabras… si eso no es magia no sé qué puede serlo.

Le sonrío, pero como siempre, las imágenes de mi ritual con las estrellas vuelven ahora a mi mente con un nuevo significado. Son lo que se llaman profecías, palabras a veces sin sentido que empiezan a tomarlo con el tiempo.

“El hilo de la eternidad se rompe, tiembla la tierra y solo una luz permanece”

No son palabras casuales. No son palabras positivas.

—¿Qué pasa? —se preocupa Elión.

Debe de notárseme en la cara.

—Creo… que va a pasar algo muy malo.

Elión me pasa un brazo sobre los hombros y nos dirigimos hacia la muralla.

—No te preocupes, el Sol siempre nos ha dado malos presagios con tiempo de prepararnos para ellos, y tú misma conectaste hoy con él.

Sí, pero mi conexión es demasiado intensa y no sirve para presagiar nada. Confío en la sacerdotisa mayor… pero también confío en las estrellas…

Llegamos hasta mi casa y nos despedimos con un abrazo.

—Ha sido una noche mágica —susurra Elión mientras se va caminando hacia atrás.

Le sonrío, no sé qué más responderle. Le diría que ha sido mágica porque él y las estrellas han estado ahí, pero me lo guardo para otra ocasión, así tengo una excusa para volver a invitarlo. Entro con cuidado en mi cuarto y lo único que deseo es poder dormir bastante…


Primero escucho muchos gritos, después es un único grito agónico el que atraviesa mi alma con su desesperación. El cielo tiembla y se rasga hasta romperse en pedacitos que impactan sobre la vibrante tierra. Me caigo y me tapo los oídos, pero es inútil. Entonces veo a lo lejos una figura oscura, parece un joven y lo escucho llorar.


—Estrellita —susurra como susurró el viento—, tu luz…


Me despierto sobresaltada y me encuentro a Limia chillando a mi lado.

—¡Asteria!

—¿Qué pasa? —sacudo la cabeza y mi hermana me saca de la cama a la fuerza.

Me lleva hasta la puerta y me encuentro con un montón de personas corriendo y chillando.

—¿Qué… pasa? —casi ni me atrevo a preguntar.

Y dentro de mí oigo el mismo grito agónico que acabo de oír en mi sueño. Limia está llorando y me estoy empezando a poner nerviosa.

—El Sol… —susurra.

Me asomo a la puerta y me encuentro con un cielo iluminado… pero no veo al Sol por ningún lado. Niego con la cabeza, pensando que debe de ser temprano y el Sol todavía no ha salido, pero la gente va de un lado para otro desesperada y los minutos pasan sin que haya un Sol en el cielo.

—Limia —me vuelvo hacia ella—, ¿cuánto lleva el cielo así?

—Ya va a pasar una hora… —susurra aferrando el amuleto de su cuello.

Coloco mi amuleto de estrella entre las manos y pienso: estrellas, ayudadnos, explicadnos qué está pasando…

Y entonces recuerdo sus palabras: “El hilo de la eternidad se rompe, tiembla la tierra y solo una luz permanece”.

No sé lo que quieren decir pero estoy segura de que se refieren a esto. Mamá y papá llegan corriendo.

—Oh, Asteria, estás despierta —dice mi madre entre lágrimas.

Y los cuatro nos abrazamos hasta que un terremoto sacude la tierra.

—¿Qué…? —pero Limia no termina la pregunta.

Una luz azulada invade la ciudad y creo que es el fin, que todo se acabó.

—¡Imperio del Sol! —es la voz de la sacerdotisa mayor—. ¡La ciudad ya no es segura, pero debemos permanecer todos unidos!

Salimos a la calle y la veo sobre uno de los edificios.

—¡¡Seguidme!! —indica elevando su cetro, alrededor del que vuela una luz dorada como la del Sol.

Debe de haber varios sacerdotes repartidos por todos los rincones de la ciudad, porque al subir al tejado de una casa distingo más lucecillas doradas desafiando el aterrador azul. Corremos y saltamos hasta llegar a la muralla, la que está del lado del bosque y solo los cazadores atraviesan.

—Mientras el Sol no brille en el cielo —dice un sacerdote que no conozco—, no podemos vivir en su ciudad, ¡no temáis! ¡Solo avanzad!

Y unos hombres fuertes abren las puertas de las murallas y todos empiezan a salir. Antes de que mi familia y yo lleguemos, una mujer a mi lado se detiene y empieza a respirar con desesperación, como si le costase hacerlo. No es la única y lo más aterrador es ver que el laberinto con forma de Sol que tiene pintado en el brazo se vuelve azul a medida que ella se desploma en el suelo y deja de respirar para siempre.

Es en ese momento cuando escucho una voz que me llama.

La gente se pone nerviosa y empieza a empujar, mis padres y mi hermana luchan por mantenerse a mi lado pero acabamos separándonos.

—¡Asteria! —grita papá.

—¡Papá, mamá, Limia!

En medio de la desesperación me empujan para atrás y caigo al suelo. Me quedo por detrás de la enloquecida muchedumbre y al levantarme de frente a la ciudad, veo a un joven y creo que está llorando. La gente todavía lucha por salir a mis espaldas, pero yo me siento atraída hacia esa extraña figura que susurra:

—Estrella.

¿Por qué está tan desolado? ¿Por qué me llama a mí?

Mis pies avanzan solos y pronto me encuentro frente a un joven de ojos llameantes.

—Tú puedes ser la luz que necesitan —susurra y desaparece.

Mi corazón late a mil por hora y de repente siento la llama del Sol. Lo busco en el cielo, pero no hay rastro de él. Salgo corriendo y busco por toda la ciudad cualquier rastro del astro celeste. Mis pasos me llevan hasta el pie de una Torre Sagrada. Toco la superficie de piedra y una visión de un pequeño Sol sobre un altar dorado me asalta. Subo temblorosa varios escalones, pero no llego a la cima porque el altar que busco está en una sala abierta con arcos en mitad de la torre. Los arcos están tapados con una gruesa tela y al pasar al interior del templo la luz azul desaparece y el dorado lo cubre todo.

Pero es una luz dorada que agoniza.

Me acerco, me arrodillo y miro fijamente ese altar en el que una esfera ardiente se remueve con dolor.

»Todo es soledad, soledad y soledad, humanos que solo aprovechan mi luz sin saber qué es existir en la eterna soledad. Sin saber el temor de existir sin luz.

Habla una voz que no es voz. Y el pequeño Sol del altar extiende sus rayos y me envuelve en ellos.

»Tú eres mi luz… su luz… 

Quiero gritar, liberarme, llorar, pero voy perdiendo la consciencia poco a poco.

Imagen de sf.co.ua

Dicen que el Sol guía al viajero, que ilumina al perdido en tiempos oscuros y da calor a los corazones solitarios. Dicen que la luz del Sol es capaz de llegar a los rincones más olvidados del mundo y darles la luz que tanto anhelan. Dicen… Pero a mí el Sol no me guió en mi camino, no me iluminó en la oscuridad, ni calentó mi corazón ni llegó para prestarme su luz.

A mí el Sol me quitó todo lo que era.

Sigue la historia en Diario de cómo alcanzar las estrellas:
Capítulo 1.
Más enlaces en la página:
Leyendas del Sol y las Estrellas.

Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...

Comentarios

  1. ¿Sabes? Cuando acabé de leer me di cuenta de que estaba sentada en la punta de la silla. De verdad, ¡madre mía! ¡Menudo capítulo 1! Si ya le das tanta caña al principio, me pregunto como será al final jajajaja. Y la música le da el toque.
    En su momento ya te comenté todas mis impresiones, pero no pasa nada por hacerte un resumen: Sindy, te ha quedado impresionante.

    Saludos!! A mí el Sol me quitó todo lo que era (amo ese final).

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    1. Pues a ver si algún día consigo continuar la historia como es debido ^^.

      Gracias por tus ánimos!! Un saludo!!

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