Es increíble la cantidad de cosas que pueden sentirse en tan poco tiempo. Esas cuatro palabras fueron como una flecha, que consiguió atravesar mi pecho a la velocidad del rayo. Esa era la última respuesta que aguardaba y la que menos deseaba; era la respuesta que, aunque fue lanzada sin malas intenciones, me dejó completamente helada. Eso fue lo primero que sentí. De pronto, me convertí en una estatua. Aquello era imposible, impensable. Poco a poco, recuperé la movilidad, con la vaga e irrealista esperanza de que aquello no era más que un mal sueño o que, simplemente, no había escuchado correctamente. La herida de la flecha, clavada profundamente en mi corazón, comenzó a sangrar. Fui consciente del dolor que sentía, pero seguía siendo incapaz de creer aquello. Mi corazón dejó de bombear sangre para esparcir, en su lugar, el dolor que sentía, que llegó a cada parte de mi cuerpo. Contuve las lágrimas que intentaban asomar a mis ojos. No podía permitir que me vieran llorar, n...