La Princesa del Amor
La princesa del amor
A una amiga muy
especial,
La verdadera princesa
del amor.
En un mundo de traiciones y engaños, donde la justicia tan solo era el
privilegio de unos pocos, vivía la princesa de los sentimientos. Ella era una
hermosa joven de larga melena y preciosos vestidos rojos. Habitaba un gran
castillo en el medio de la ciudad rodeada de riquezas y lujos, y no le sobraban
pretendientes. Esta jovencita soñadora era un torbellino de sentimientos, reía,
lloraba, gritaba… Incluso mostraba sentimientos nuevos, que únicamente ella
poseía. Pero toda su vida cambió repentinamente.
En una de las muchas fiestas que celebraba, un grupo de caballeros se
le acercó. El más galán dijo:
—La princesa y yo haríamos la mejor pareja del reino y con ello
traeríamos grandes riquezas.
La joven asintió, imaginando lo sorprendente que sería verlos juntos.
Entonces el más pillo dijo:
—Pues yo creo que si la princesa y yo fuésemos pareja, iríamos a todas
las fiestas de los reinos vecinos y conseguiríamos todo su poder con acuerdos a
nuestro favor.
Ella recreó un nuevo mapa en su mente donde todos los reinos se unían
con el suyo bajo su reinado. Y sonrió. Los demás caballeros también hablaron de
increíbles hazañas que conseguirían juntos y la princesa empezó a dudar de cuál
de ellos sería el pretendiente más adecuado. Cuando fue a tomar el aire, la
luna brillaba en todo su esplendor. Vio a una niña caminar por el jardín,
descalza, polvorienta y con un cesto de pan en la cabeza.
—¿Por qué llevas puestas esas ropas? —exigió saber la princesa.
La niña se giró y sonrió.
—Porque el sueldo de mi padre no nos da para más —respondió.
La suya era una sonrisa dulce y amable, una verdadera sonrisa. La
princesa sintió envidia, ¿por qué alguien como aquella niña poseía una sonrisa
más hermosa que la suya? Era imposible, ella era la princesa de los
sentimientos, sentía más que nadie, y aun así…
—¿Y cómo es que sonríes si tu padre no tiene dinero?
La joven todavía estaba sorprendida de que alguien en el reino
careciese de medios para vivir.
—Porque si llevo el pan de papá a palacio nos pagarán lo suficiente
para curar a mi hermano —contestó la niña.
Escasez de dinero, un hermano enfermo, y la esperanza brillaba en los
ojos de aquella niña. La princesa lo tenía todo y jamás había sentido algo tan
puro como lo que aquella pequeña mostraba.
—Con unas ropas mejores y buenos modales tal vez podría presentarse
ante ti un buen pretendiente —reconoció la princesa.
Pero la niña, contra todo pronóstico, empezó a reír.
—Yo no quiero pretendientes —explicó—, quiero amor, como papá y mamá.
Amor. La princesa había oído hablar de él, era un sentimiento tan puro
y contradictorio que su propia existencia era una misteriosa paradoja. Era uno
de los pocos sentimientos que se le resistían. Y en ese preciso instante lo
decidió; dejó a sus pretendientes de lado y emprendió un largo viaje sin
permiso de nadie; un viaje en busca del amor.
Viajó durante semanas, meses. Vio con sus propios ojos a la verdadera
gente, no a las falsas personas de palacio. Gente que se relacionaba, que
actuaba por un verdadero motivo y no por banalidades. Caminó por caminos de
arena, puentes de piedra, senderos de tierra; cruzó ríos y montañas, bosques y
pueblos. Pero sobre todo, comprendió los sentimientos de verdad, los sintió en
su propia piel.
Entendió que ella nunca había sentido realmente, porque solo se puede
ser feliz sabiendo lo que es la tristeza, solo se puede estar aliviado después
de sufrir y gritar. Y ella lloró cuando una nueva amiga de un pueblo falleció,
gritó cuando los nobles intentaron arrebatarles los bienes a unos pobres
campesinos, sufrió al hacerse un corte en la pierna. Y después rio, fue
verdaderamente feliz, mucho más que en palacio, cuando la mujer del lechero dio
a luz a mellizos y cuando recogió flores silvestres junto a una niña. Sin
embargo, todavía había algo que no había conseguido obtener.
Siguiendo las indicaciones de un anciano señor, la princesa de los
sentimientos atravesó una antigua cascada tras un frondoso bosque. Allí halló a
una hechicera que había vivido mil años y viviría otros mil más.
—¿Quién osa adentrarse en mi guarida? —preguntó la hechicera, de la
cual solo una sombra era visible.
La joven se inclinó y respondió:
—Yo, la princesa de los sentimientos.
La gruta en la que estaban parecía iluminada por un extraño fuego amarillo.
—¿Eres acaso una princesita de palacio? —se molestó la mujer.
—Lo fui —reconoció ella—, pero ahora tan solo soy una humilde princesa
que ha llorado y reído con la gente de las montañas, los bosques y los caminos.
La hechicera se mostró tras el fuego, dejando ver a una mujer de
mediana edad con una túnica plateada. Su mirada era desafiante.
—Si es cierto que ya no eres como antes y osas hablar conmigo, córtate
el cabello y te diré todo lo que necesites.
Su larga melena. Era lo que la hacía llamarse princesa, lo que la
aferraba al pasado. Dudó el tiempo suficiente para que la mujer se partiera de
risa.
—Como suponía, una niña como tú no sería…
Pero no terminó la frase, la princesa había sacado una delicada daga y
había cortado su larga melena. La hechicera observó a la nueva y valiente joven
que tenía ante ella y sonrió.
—Quieres hallar el amor…
—¿Cómo lo sabe? —se sorprendió la princesa.
—Por algo me llaman hechicera.
La mujer se acercó a las llamas amarillas y recogió unas chispas con
sus manos, se acercó a la princesa y se las echó encima. Sus ahora cortos
cabellos adquirieron tonos dorados.
—Este es el símbolo del amor eterno —explicó la hechicera—,
encontrarás a tu amado al otro lado del río, junto al palacio del bosque, y
vuestro amor será eterno.
—¿Será un príncipe? —se entusiasmó la joven.
—Quién sabe —respondió la mujer—. Pero ten cuidado —advirtió—, si no
es tu verdadero amor, vivirás una eternidad de soledad.
La princesa miró con preocupación a la hechicera.
—¿Y cómo sabré si es la elección adecuada?
—Solo tu corazón podrá demostrarlo —dijo la mujer.
El fuego se apagó y la hechicera desapareció con él.
La princesa no dudó en salir de la cascada en busca del amor. Cruzó el
río tal y como le había indicado la extraordinaria mujer y, tras preguntar en
un pueblo cercano, no tardó en avistar el palacio del bosque. Las ramas recubrían
las blancas paredes, la hiedra trepaba por las esbeltas columnas y, sobre los
escalones de piedra, un apuesto joven leía un libro. Era él, no cabía duda, su
verdadero amor. Con solo verlo una sensación extraña surgía en la princesa.
Caminó en su dirección, lista para vivir una eterna historia de amor,
y todo habría sido perfecto de no habérsele cruzado un joven en medio. La
muchacha tropezó y unos brazos inseguros la sujetaron.
—Lo siento —dijo él.
La joven se levantó como pudo de sus brazos y cruzó una mirada con él.
No era tan corpulento, tan esplendoroso ni tan apuesto como el sin duda
príncipe de las escaleras. Pero por algún motivo el corazón de ella no hacía
más que aumentar sus latidos.
—Debes de ser una princesa —comentó el joven.
—¿Cómo lo has sabido? —se extrañó ella—. ¿Eres hechicero?
El joven rio.
—No, pero solo las princesas tienen una piel tan suave.
La muchacha se separó unos pasos de él, avergonzada, y estuvo a punto
de caer.
—Pero has debido de pasar por mucho —añadió él—, las princesas no
suelen verse tan hermosas.
—¿Hermosa? —se sorprendió la joven.
—Siempre presumen de su cabello —explicó él—, siempre bailan entre los
brazos de mil pretendientes, pero nunca se han preguntado qué hay más allá de
las paredes de palacio.
La princesa se sonrojó al recordarse a sí misma meses atrás.
—¿Y tú te lo has preguntado alguna vez?
—Por eso estoy aquí —dijo el joven—. He viajado mucho hasta llegar a
este humilde y maravilloso lugar.
La muchacha iba a añadir algo, pero entonces recordó su verdadero
objetivo y adelantó al joven. Él, sorprendido, se interesó por las intenciones
de la princesa. Ella continuó su camino, firme como lo era ella, acercándose
cada vez más a su destino. Y estaba a unos pasos del supuesto príncipe cuando
él alzó la cabeza con su encantadora sonrisa.
—¿Qué trae ante mí a tan bella dama? —preguntó, galán.
La princesa estuvo a punto de derretirse ante tan alabador comentario,
pero una duda pasó por su mente. Había querido preguntarle al joven de antes
algo muy importante y no podía quitárselo de en mente. El príncipe pareció
impacientarse al no recibir respuesta y entonces ella lo tuvo claro.
—Disculpa —dijo.
Y la princesa se giró y volvió tras sus pasos, corriendo, hasta el
joven de antes.
—¿Y qué es lo que te ha hecho viajar hasta aquí? —le preguntó la
princesa por fin.
El joven estaba sorprendido por el giro de los acontecimientos.
—¿No ibas a…?
Pero ella lo interrumpió con una sonrisa.
—Tú simplemente responde.
Y él, devolviéndole el mismo gesto, contestó:
—El destino.
El corazón de la dama se aceleró con esas simples dos palabras y tuvo
la certeza de que había encontrado aquello que tanto había anhelado.
—Entonces —se acercó aún más al joven—, nuestros destinos llevan
unidos desde la última luna que vi en palacio.
Y lo abrazó, y él supo que todo el sufrimiento que había vivido tras
dejar atrás sus riquezas y a su familia, habían valido la pena. Que era cierta
la leyenda del palacio del bosque, que un tesoro más allá de lo imaginable se
escondía en él.
El príncipe se levantó de las escaleras y miró con indignación a la
pareja.
—¿Y ya está? —se molestó—. ¿No os interesa el verdadero tesoro
escondido más allá del palacio del bosque?
—¿Más allá? —se sorprendió el joven.
Y miró a su deseada doncella.
—¿Te atreverías a buscar un tesoro conmigo?
Ella, decidida, asintió.
Cuenta la leyenda que ambos emprendieron el viaje de sus vidas, y que
hallaron el tesoro jamás encontrado. La princesa de los sentimientos no volvió
a su palacio natal, al parecer, siguió viajando por el mundo desvelando sus
misterios. Y también dicen las historias que tras muchas aventuras, una hermosa
hija nació. La llamaron Venus, la princesa del amor; una princesa libre para decidir
su destino, libre para encontrar el amor.
Aunque todavía vivía en un mundo de engaños y traiciones donde la
justicia tan solo era el privilegio de unos pocos, Venus vivió libre como el
viento viviendo nuevas aventuras incluso más increíbles que las de sus padres.
Tendría problemas amorosos y celos, se enfadaría por estar enamorada y lloraría
por un amor no correspondido. Pero al final encontraría lo que su madre tanto
había ansiado, lo que toda joven desea alguna vez. Porque ella era Venus, la
princesa del amor.
Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...
Vengo por aquí a devolverte la visita, a agradecerte mucho que me comentaras en el capítulo de mi novela, y los ánimos que me diste, y la verdad es que también, porque después de haberme dado una opinión tan personal, sentí curiosidad por tu forma de escribir.
ResponderEliminarHe abierto esta historia por casualidad, y decirte que me ha encantado. Me ha absorbido desde el primer momento. Ha sido desde el principio hasta el final, como volver a mi infancia y escuchar uno de esos cuentos típicos que te cuenta tu madre antes de dormir, de esos que tienen moralejas. Claro que este es muy diferente de los demás.
Me ha encantado la idea de hacer llegar de esa forma que para valorar lo bueno, hay que sufrir lo malo.
Es una historia genial, y no cualquiera es capaz de transmitir tanto con un texto tan corto. Ojalá no fuera tan difícil hacerse conocer en este mundillo, porque de verdad, creo que si esto llegara a más gente, la mayoría pensarían como yo.
Sigue así :)
¡Hola y muchísimas gracias! Tu comentario me ha emocionado mucho :). Sí, es difícil hacerse conocer, pero por eso mismo debemos apoyarnos entre nosotras. Y seguro que si continuamos así, escribiendo con ilusión, algún día alcanzaremos lo que tanto nos gustaría conseguir.
ResponderEliminarMuchas gracias de nuevo por pasarte por aquí y por dedicarme esas palabras. Y no dudes que si continúas subiendo tu historia al blog, me tendrás a mí como lectora.
Un saludo!!