Mi bote de cristal

➽ Esta fantasía nace... del condicionante que me propusieron cuando acepté batirme en un duelo literario en un foro (este de aquí ^^). El condicionante era un relato con más de 300 palabras en el que apareciesen actividades o cosas domésticas.

✰★✰

El Mago apagó la luz de su estudio y cerró la puerta con llave al salir. Había dejado las cortinas abiertas, lo que me permitía admirar las estrellas casi como si estuviese bajo ellas. Cuando me capturó, siempre se aseguraba de cerrarlo todo: cortinas, cajones, libros, baúles y pócimas; como si temiese que cualquiera de los objetos de su estudio pudiese ayudarme a salir de aquí.

Descubrí que vivir encerrada en un bote de cristal era una forma de apagarse lentamente. El único olor que me llegaba a través de los agujeros de la tapa era a polvo, a viejo y a cerrado. Lejos quedaban el aroma a tierra húmeda o los perfumes de las flores del bosque. La comida también se volvió monótona, la mayoría de las veces consistía en unas miguitas de pan acompañadas de un pedazo de verdura. Las noches eran realmente largas, sin luz, sin los sonidos del bosque, sin aromas, sin nada que tocar que no fuese cristal. Mi propia luz, la que emitían mis alas, se volvió tan pálida que el mismo Mago se dio cuenta de que no duraría mucho más en aquel bote.

Por desgracia, débil y apagada, allí seguí y a él le bastó. Solo quería un hada viva con la que poder experimentar, no necesitaba mantenerme con todo mi poder. El tiempo se volvió infinito, todo consistía en ver al Mago trabajar y después tratar de dormir en esa noche artificial. Los únicos días que eran diferentes eran los días de la limpieza; cada varias semanas, dos muchachas entraban en el estudio y limpiaban toda la porquería que podían. No me gustaba cuando limpiaban el polvo con un paño junto a mí porque siempre provocaba una lluvia de pequeñas partículas en mi bote que me hacía toser. Aún odiaba más cuando levantaban el bote sin cuidado para limpiar y acababa golpeada contra él de todas las formas posibles.

Aunque fue en uno de esos días en el que todo cambió. Una niña se había colado en una de las esquinas del estudio mientras las muchachas limpiaban. Me observó durante bastante tiempo, debía de parecerle más interesante que las ranas en exposición que el Mago tenía en un estante. Cuando levantaron mi bote, resbalé y acabé rodando en el poco espacio que tenía. La niña se dio cuenta y exclamó:

—¡No hagáis eso!

Al arrebatarles el bote con un movimiento brusco me hizo más daño que con mi resbalón, pero me miró tan preocupada cuando me posó en el suelo junto a ella que por primera vez en mucho tiempo me sentí en calma.

—Lo siento —dijo.

Los humanos no pueden oír las voces de las hadas, así que como respuesta pasé varias veces la mano por el cristal. A ella pareció gustarle y posó un dedo donde yo tenía apoyada la mano.

Más tarde descubrí que aquella niña era la hija del Mago. Como tal, no podía desobedecerle, pero era la única persona capaz de hacer cambiar de opinión a aquel hombre. La primera prohibición que supe que debía cumplir era la de no entrar en el estudio de su padre, así que se las ingenió para que le diese permiso.

—¿Prefieres que dos trabajadoras se encarguen de limpiar tu estudio privado a que lo haga tu hija?

—Para eso les pago —dijo el Mago con cansancio.

—A mí no tienes que pagarme —trató de convencerlo desde la puerta del estudio.

—Tú tienes otras tareas de las que ocuparte.

—Puedo ocuparme de todo —dijo ella muy convencida.

El Mago levantó una ceja y soltó una carcajada sarcástica.

—Eso tendrás que demostrarlo.

—Pues lo haré —contestó levantando el pecho con todo su orgullo.

Y lo hizo.

Fresia, como me dijo que se llamaba el primer día que estuvimos a solas, no estaba acostumbrada a ese tipo de tareas, pero tampoco estaba dispuesta a renunciar. Me di cuenta enseguida de que no me trataba como a un espécimen exótico, sino como a alguien más. Aprovechaba el poco tiempo que le quedaba después de limpiar el estudio para curiosear entre los libros de su padre.

Fue ella la que quitó toda la mugre de la única ventana de la habitación y convenció al Mago de que colocase mi tarro junto a ella. Él no lo hizo muy convencido, pero como tampoco le suponía ningún inconveniente, aceptó. Fresia estaba tan interesada por los documentos de su padre como por mí. Aprendió a hacer galletas solo para contentar a su padre al terminar de trabajar y así poder pasar un par de minutos en el estudio, ayudándolo a recoger. A mí me espolvoreaba unos trocitos de galleta para que me sintiese más a gusto por la noche.

A medida que los años pasaron, Fresia descubrió más formas de colarse en el estudio de su padre. Algunas noches se pasaba horas leyendo junto a una pequeña vela, otras, me contaba todo lo que le había pasado aquella semana. Ya sabía cómo posar mi bote de cristal con cuidado sobre sus rodillas para que pudiésemos estar cara a cara durante nuestras conversaciones. Yo solo podía responderle con gestos, pero al final no necesitamos nada más; acabamos encontrando la manera de entendernos.

Lo que más echaba de menos era poder desplegar mis alas y volar, sentir el viento y el mundo a mi alrededor. Fresia lo sabía, pero no podía desobedecer al Mago y dejarme escapar, ella quería seguir los pasos de su padre y para eso tenía que respetarlo.

—Algún día te sacaré de aquí, te lo prometo —dijo en una de nuestras noches en vela.

El tiempo pasó, Fresia creció mucho, tanto que fue a continuar sus estudios fuera de casa. Como despedida me dejó una florecilla enganchada a la tapa del bote y unos pedazos de galleta para mí. Pensé que todo volvería a ser como antes de conocernos, pero resultó que Fresia me había dejado mucho más de lo que yo esperaba. El Mago no volvió a apartarme de la ventana e incluso se dignó a hablar conmigo alguna vez; un muchacho y una muchacha volvieron a encargarse de la limpieza del estudio, con las órdenes explícitas de Fresia de tratarme como el ser vivo que era.

La añoraba mucho, porque todo lo bueno que me había pasado en ese bote tenía que ver con ella: cuando veía lo maravilloso que era el cielo nocturno la recordaba, cuando se preparaban galletas en la casa (algo que se había vuelto tradición) pensaba en ella, incluso los muchachos de la limpieza, fregando el suelo y ordenando con cuidado los útiles del Mago me recordaban la ausencia que sentía.

Yo seguía exactamente igual que cuando me habían capturado; había recuperado mi luz y mi apariencia no cambió. Una tarde, el Mago no subió a su estudio, tampoco lo hizo a la mañana siguiente ni las dos semanas posteriores. Mis pequeñas reservas de comida se terminaron sin nadie que viniese a reponerlas, el polvo empezó a entrar en mi tarro y sentía que las fuerzas me abandonaban.

Después de tres días en los que había limitado mi actividad a lo esencial para que mi cuerpecillo no se apagase del todo, la puerta del estudio se abrió. Mis ojos permanecieron cerrados porque no tenía energía para abrirlos. Sentí que la tapa del bote se desenroscaba y que una mano me levantaba con suavidad. Posada en una superficie blanda, varias gotas fueron cayendo sobre mis labios, devolviéndome algo de fuerza. Lo siguiente que sentí fue un pedacito de algo tan fresco que solo podía tratarse de una fruta. Después me dormí.

Al abrir los ojos, los rayos de la mañana me recibieron. Me estiré todo lo que pude, incluidas las alas y descubrí que estaba sobre unas telas cuidadosamente dobladas. Pero lo más sorprendente fue descubrir que el tarro de cristal abierto se encontraba en otro mueble, lejos de mí. Caminé por encima de la mesa hasta donde una mujer leía con concentración un libro enorme. Fresia, era ella. Estaba cambiada, más mayor, pero era ella. Subí de un salto al libro y entonces me vio.

—¡Oh! —la sobresalté.

Sonrió con tanto cariño que quise acercarme hasta una de sus manos, para tocarla de verdad. Fue un tacto suave y cálido.

—Eres libre —susurró.

La única forma que tenía de ser libre era que el Mago hubiese muerto, lo que parecía tener sentido si Fresia estaba sentada en su mesa a plena luz del día. Después de años encerrada, me atreví a desplegar las alas y empecé a volar por la habitación. Me costó un poco, pero conseguí volar como antes. Fresia se rio y se levantó para abrir la ventana.

—Vuela tan alto como desees.

Noté algo de tristeza en su voz. Me posé en el alféizar y la brisa me hizo respirar como ya creía haber olvidado. El exterior, aquel pueblecillo, era muy bonito. Eché un vistazo atrás, al tarro de cristal, antes de saltar y volar entre las corrientes de aire. Pero no me marché, regresé enseguida al estudio del Mago, que ahora parecía pertenecer a Fresia. Ella se había quedado quieta mirando a la nada y verme la extrañó mucho.

—¿Ha sucedido algo?

Como respuesta, cogí las telas que me habían servido de cama como pude y las llevé hasta el bote. Después me acomodé sobre ellas y le sonreí.

—No lo entiendo —se acercó a mí—, ¿quieres quedarte?

Volé hasta su hombro y me senté allí. Ya tenía mi libertad y quería pasarla con ella. Fresia debió de entenderlo, porque me dejó quedarme sobre ella mientras volvía a ocuparse de aquel inmenso libro, con una pequeña sonrisa que no podía ocultar por mucho que lo intentara.

No volví a dormir dentro del bote, pero sí junto a él, de alguna forma me recordaba que ahora era la dueña de aquel tarro y que no debía temerlo. Fresia volvió a hacer galletas y pude observar lo increíble que era el arte de cocinar, no solo las galletas, sino cualquier comida que preparasen los trabajadores de la casa. El jardín que desconocía que había se convirtió en mi parte favorita de la casa, sobre todo cuando Fresia decidió plantar flores como excusa para regarlas y pasar más tiempo conmigo.

Como en los viejos tiempos, solo que su hogar ahora era también el mío.




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Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...

Comentarios

  1. Ola!!!
    Que calma me transmitiu. É todo delicadeza e suavidade, este relato :)

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    Respuestas
    1. Grazas!! Os relatos bonitos deixan quentiño o corazón ❤

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