Grietas y precipicios
Si chocara cada vez
que un muro le cortara el paso, se habría formado un laberinto sin salida a su
alrededor. Si se rindiese cada vez que no se creyera capaz de seguir, habría
permanecido eternamente en el mismo lugar. Si la oscuridad penetrara en él cada
vez que perdía la esperanza, su corazón se habría consumido.
El mundo que lo
rodeaba no era sencillo. Sus calles suponían un desafío constante, siempre
había grietas que evitar y las que no conseguía saltar se abrían a sus pies.
Cuando una grieta se convertía en un precipicio, ya era demasiado tarde para
volver atrás. Todo su cuerpo comenzaba a caer y era difícil no chocar y
arañarse con las paredes de roca maciza que lo rodeaban.
La única forma de
escapar de las caídas eternas era agarrarse a algún saliente e intentar
escalar. Pero era difícil verlos, era como si se escondiesen de él; jugaban con él y se ocultaban para verlo sufrir más, y más, y más. Había pocos
salientes que le ofreciesen esa esperanza que necesitaba y muchos menos que lo
hiciesen a gusto.
Lo peor de que una
grieta lo tragara no era la caída en sí, ni los salientes caprichosos, era la
angustia y la desesperación que lo asfixiaban. El viento casi se volvía mortal
a su alrededor y la poca luz que llegaba del exterior acababa desapareciendo.
Pero él ya estaba un poco acostumbrado, aunque ninguna costumbre hacía
desaparecer el sufrimiento que aumentaba con la profundidad.
Pensar que había momentos
en los que caer más era imposible y todo lo que quedaba era subir le daba
ánimos al principio. Sin embargo, pronto comprendió que no era cuestión de
profundidad, sino de lo difícil que era después subir. Y las grietas no eran el
único peligro de aquel mundo hostil.
La superficie era un
lugar a veces tan frío que parecía como si la vida fuese a escaparse en un
suspiro. A veces tan cálido que correr no impedía a las llamas abrasarle los
pies. Y si la temperatura por sí sola no fuese bastante tortura, los terremotos
acudían para animar el ambiente.
Había temblores pequeños,
que apenas producían desperfectos.
Después estaban los grandes temblores, que deberían ser menos frecuentes, pero
a veces, cuanto más caía y se desesperaba, más a menudo los sentía. Esos eran
los que le llegaban más adentro, porque conseguían hacer temblar los edificios
ruinosos de la ciudad y esquivar los desprendimientos era muy difícil. Porque
lo hacían temblar a él, tanto que creía que se quebraría como todo lo demás,
que terminaría convertido en una de aquellas grietas que intentaba evitar.
El suyo no parecía un
mundo muy bonito, tal vez no lo era. Y algunas personas no ayudaban y se
empeñaban en demostrarle que aquel no era su lugar, que no encajaba con nada. Y
él tenía que callarse e intentar que los terremotos no lo desequilibraran
delante de ellos.
A veces los escuchaba
hablar de él. Así descubrió que algunas palabras podían llegar a ser peores que
cualquier grieta o terremoto. Peor que un mundo en ruinas era uno con personas
aficionadas a arruinarlo. ¿De dónde si no habían salido tantas catástrofes?
Cada ilusión perdida
partía el suelo, cada pensamiento pesimista lo hacía vibrar y las injusticias
abrasaban, tanto de frío como de calor. Su mundo no era así por accidente, nada
ocurría por accidente.
Precisamente por eso,
un día como cualquier otro, descubrió un motivo por el que merecía la pena
saltar las grietas. Lo habría creído coincidencia, pero sabía que todo tenía su
razón de ser y que tal vez no todo era tan oscuro como hasta entonces lo había visto.
Ese día como
cualquier otro conoció a una persona, quizás alta, o baja, morena, rubia… Eso
no importaba, porque conoció a una persona con la que de algún modo encajaba. Y
no era porque se pareciesen, sino porque se comprendían, porque aceptaban sus
peculiaridades.
Aquella persona que
había conocido no parecía especial ni maravillosa, simplemente era ella. Pero
siendo ella conseguía que él no se desesperara, le tendía la mano cada vez que
las grietas se lo tragaban y los salientes empezaron a sentir envidia. Le daba
una chaqueta cuando hacía frío y tenía un abanico a mano para protegerse del
sofocante calor. Y los terremotos no podían afectarle cuando la tenía a ella
para sostenerle.
Ninguno de los dos
era especial o maravilloso, incluso tenían sus grandes defectos. Pero hay
personas que consiguen convertir en luz todo lo que parece oscuridad. Personas
que quizás no son nada y para algunos lo son todo. Esas personas que se
preocupan, que se alegran, que se entristecen a tu lado, esas personas por las
que vale la pena luchar.
Quizás las
casualidades existen, quizás no, pero cuando se presenta la oportunidad de
conocer a esas personas que no son especiales hasta que llegan a tu vida… no puedes
desperdiciarla.
Porque son esas
personas con las que compartirás más sueños de los que puedas contar, las que
sabrán tus secretos más íntimos, las que te dirán lo que piensas antes incluso
de que lo imagines.
Porque lo más lógico
sería felicitar a alguien por su cumpleaños, y yo me permitiré saltarme un
momento el papel de narrador y agradecer a esa persona tan especial en mi vida
este año que hemos pasado juntas, con todo lo bueno y lo malo.
Y claro, también
¡felicidades!
Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...
Sinceramente, al principio me dejaba un tanto indiferente. Pero conforme avanzaba también conseguía impactarme más y más. Por no hablar del final, que es precioso (todo lo contrario que ese mundo tan horrible, que no termino de imaginarme del todo).
ResponderEliminarGracias por tu opinión (y por comentar, que ya iba siendo hora :)). La idea se me fue ocurriendo un poco sobre la marcha, imaginé un mundo terrible y después quise incluir ese algo (la amistad) capaz de hacer las penas y el sufrimiento menos pesados.
ResponderEliminar(Ya sabes que estoy consiguiendo apartarme de mi lado perverso y hacer historias más bonitas, que también van más conmigo jajaja. ¿Y qué son esas horas para comentar?)
Un saludo!!