La gema (parte 2)
El rugido
inhumano de los monstruos que la perseguían estaba cerca. Casi podía notar su
cálido aliento. El corazón le latía muy deprisa y el sudor empapaba su frente y
su espalda. Volvió la vista atrás y lo que vio heló su sangre. Uno de los
monstruos, el que había sido su amigo, su compañero, le pisaba los
talones. Era una bestia terrible, que
corría a cuatro patas, los ojos rojos y dientes afilados. Le faltaban algunos
trozos de piel y, en una zona de la cara, incluso la carne, dejando ver una
parte de la mandíbula. No se podía distinguir en aquel monstruo nada de su
antiguo amigo.
La joven chilló con toda la fuerza de sus pulmones e intentó correr
más deprisa. Sin embargo, la bestia fue más rápida y no tardó en caer sobre
ella de un salto. La atrapó bajo sus manos, de un color parecido al morado, que
quemaron la piel de la joven al tocarla. Gritó más alto todavía, más por terror
que por dolor. Los pasos de la segunda bestia, que antes había sido la amable
anciana, sonaron cerca de su oreja. Como pudo, giró la cabeza y allí la vio.
Vio a aquel terrible monstruo que la amenazaba con sus ojos inyectados en
sangre.
Notaba el
fétido aliento, el calor soporífero que emanaba y el rugido aterrador de las
dos criaturas. Estaba paralizada por el horror y los ojos le lloraban de miedo.
El peso del monstruo sobre ella la agobiaba y apenas le permitía respirar. Sin
embargo, todo ello cesó de pronto.
Con un
gemido, la bestia se apartó de ella. La otra, que rondaba amenazante a su
alrededor, también gimió de dolor. La joven se incorporó, manchada de tierra y
con los ojos húmedos. Los monstruos tenían cada uno una flecha clavada
profundamente en el cuello. Todavía no había salido de su asombro cuando otra
flecha cortó el aire, clavándose en el pecho de la que había caído sobre ella
un momento antes. Las dos criaturas, que ahora parecían cachorros asustados,
corrieron a la espesura para lamerse sus heridas.
Unos pasos,
ahogados por el barro, se acercaban a ella. De entre la oscuridad de los
árboles surgieron un hombre y una mujer, ataviados con ropas de pieles. Cada
uno portaba un lustroso arco de madera y un carcaj de flechas a la espalda.
Al llegar a
su lado, la joven mujer le tendió una mano y la ayudó a levantarse, mientras el
hombre murmuraba:
—Al
fin os encontramos. Debéis venir con nosotros.
La joven no
supo qué responder. Aquello que le proponía la dejó sin habla. No podía irse
con un desconocido así como así, y menos teniendo una misión tan importante que
cumplir. Además, ¿quiénes eran aquellos extraños? ¿Por qué ese hombre le habló
de aquella manera tan gentil y tan impropia de la época en la que vivían?
—¿Qué?
—consiguió decir—. ¿Qiénes sois?
—Lo siento —se disculpó, con una sonrisa—; yo soy Keyran, y ella es Mya.
—Ya, yo soy Kelaria, pero todos me llaman Kela —contestó con un toque de sarcasmo—. ¿Qué es lo que queréis?
—Lo siento
—Ya, yo soy Kelaria, pero todos me llaman Kela —contestó con un toque de sarcasmo—. ¿Qué es lo que queréis?
Los dos
desconocidos intercambiaron una mirada.
— ¿Qué
sabéis de la gema? —Preguntó la mujer, mirándola con interés.
Lo cierto era
que no sabía demasiado. Aquellos que le habían encomendado la misión se habían
mostrado reacios a contarle demasiado sobre ella. Se habían limitado a decirle
que lo único que debía saber era qué efectos causaba en muchos, que debía huir
si se hallaba cerca de un humano mutado y, lo más importante, que su deber
consistía en destruir la gema. Ella, a pesar de saber que le estaban ocultando
información, había aceptado la misión. En su pueblo natal, mucha gente había sido
transformada por el poder de la gema, incluidos bebés recién nacidos y sus madres. No podía
permitir que aquello continuara. Sentía la necesidad de hacer algo por
pararlo.
—Sé
que nunca debió existir. Sé los efectos que tiene en la gente. Sé que debo
destruirla.
— ¿Y
sabéis qué pasará si la destruís? ¿Acaso sabéis cómo destruirla? —Preguntó
el hombre, con voz cansada. Suspiró—. Ni siquiera os han contado por qué os mandan
a vos.
La mujer le
lanzó una mirada severa y él se excusó con un encogimiento de hombros. La muchacha
los miraba sin comprender, aquello se volvía más extraño por momentos.
—Todavía no
podemos confiar en ella —susurró Mya.
— Si no
confiamos en ella, ¿cómo podrá confiar en nosotros?
—Siento
interrumpir —dijo Kela, visiblemente molesta—, pero ¿podríais dejar de hablar
cómo si no estuviese? Lo lamento, pero tengo una misión que cumplir, así que si
me disculpáis…
Sin esperar
respuesta, comenzó a andar en dirección a los desconocidos. Pasó a su lado y
continuó su camino. Sin mirar atrás, añadió:
—Gracias
por salvarme.
Aún pudo
escuchar cuchicheos a sus espaldas mientras se iba, pero no les prestó
atención. Lo que más deseaba en aquellos momentos era terminar con la pesadilla
de la gema y regresar con su familia.
—Si
destruís la gema —dijo Keyran, lo suficientemente alto como para que pudiera
oírlo—,
moriréis.
La muchacha
se detuvo en seco, sin poder creerse aquellas palabras. No era posible. Si
fuese cierto, se lo habrían contado, no podían haberle ocultado una información
así. Estaba claro que esos desconocidos mentían. La estaban engañando para que
los acompañase. Seguramente querían salvar la gema, por algún motivo que no
llegaba a comprender. Sin embargo, no pudo expresar todo esto en voz alta, tan
sorprendida como estaba, limitándose a soltar un débil y casi inaudible
“¿qué?”.
—Si
nos acompañáis —continuó la mujer— os contaremos todo lo que sabemos. No
sufriréis daño alguno.
“No. No iré.
Mi deber es destruir la gema y ni vuestras sucias mentiras podrán hacer que
olvide mi misión”, pensó. En verdad quería decir aquello, pero, cuando separó
los labios, ni un sonido salió de ellos.
Los dos
desconocidos aprovecharon aquel instante de vacilación para aproximarse a ella,
que permaneció en el sitio, mirándolos desafiante.
—Juramos
que no sufriréis ningún daño. Por nuestra vida lo juramos —puntualizó
el hombre—.
Sois demasiado valiosa. Os diremos lo que queráis, podréis iros cuando queráis.
Pero, por favor, dadnos la oportunidad de explicaros.
La joven
suspiró. Parecían realmente desesperados.
—Está
bien —
terminó cediendo—, iré con vosotros.
—Hemos
llegado —informó Keyran.
Estaba
señalando la entrada de una cueva, aparentemente oscura y húmeda. La joven
frunció el ceño. Había estado esperando una fortaleza amplia e imponente o algo
semejante. Los dos le habían contado por el trayecto que formaban parte de una
orden numerosa, que se había entrenado durante años en secreto y se habían
protegido del poder de la gema, aunque no habían especificado cómo.
—Es…
una cueva —hizo notar Kela.
—
¿Decepcionada? —Preguntó la mujer, con una sonrisa pícara.
Sin aguardar
respuesta, los dos se internaron en la cueva, y ella los siguió, perdiéndose en
las sombras.
Olía a
humedad y corría una leve pero gélida brisa en el interior de la cueva. La
joven se estremeció y se protegió como pudo del frío, frotándose los brazos. No
tardaron en llegar frente a una especie de cortina hecha con helechos y
pequeñas hojas, tan tupida que impedía ver lo que había detrás. Mya apartó
la cortina con elegancia. El hombre la mantuvo abierta para que la muchacha
pudiera pasar y, cuando lo hizo, el interior la sorprendió.
Ante ella se
abría una amplia galería, de la que partían numerosos pasillos que, a
diferencia del que acababan de cruzar, contaban con numerosas antorchas a ambos
lados. También en aquella galería en la que se encontraba tenía antorchas
sujetas a las paredes pero, además de ellas, también crepitaba un cálido y
agradable fuego en el centro. Varias personas, vestidas igual que los que la
habían llevado a aquel lugar, cruzaban la sala con paso apresurado, de un
pasillo a otro.
La joven miró
al techo de la cueva, totalmente diferente a lo que se había imaginado. Formaba
una elegante bóveda de la que sobresalían estalactitas de todos los tamaños,
que no parecían estar colocadas al azar, sino en un orden calculado, formando
círculos concéntricos y siendo más pequeñas conforme se aproximaban al centro.
—Bienvenida
a nuestra base —dijo Keyran a sus espaldas.
Dos años después
Kela se sentó sobre una roca, al exterior de la cueva, y respiró profundamente el
aire puro. Sonrió. Habían pasado dos años desde que se había unido a la orden,
que ahora era como su familia. Al principio se había mostrado reacia a hacerlo,
pero había decidido escuchar lo que tenían que decir, y aquella había sido la
mejor decisión de su vida.
Ellos habían
confiado en ella más que nadie en mucho tiempo. Además, les debía la vida.
Destruir la gema la habría matado. Sin embargo, no era aquello lo que la
preocupaba. Daría su vida con gusto si ello supusiera una mejora en la
situación. Sin duda, morir con la gema ayudaría, ya que cesarían las
transformaciones. Pero aquellos transformados continuarían en el mismo estado,
y serían sacrificados por el bien de los demás. Estaba claro que el destruir la
gema mejoraría la situación; en un tiempo, no habría más personas mutadas. A
pesar de ello, existía una alternativa mejor.
La gema podía
llegar a controlarse, podía conseguirse que cesaran sus efectos negativos,
podía devolverse a los mutados a su estado original. Y era ella la única que
podía controlar el poder de la gema, la única que podría llegar a salvarlos a
todos.
Aquella idea
la había abrumado en un principio (y aún la seguía abrumando, aunque en menor
medida). Ahora la había aceptado y se había estado entrenando para revertir los
efectos de aquella hermosa piedra. Incluso había practicado con transformados.
Claro, no lo había devuelto a la normalidad, pero lo había calmado y había
hecho que sus rasgos fuesen más humanos.
Se tumbó en
la roca y cerró los ojos. Aquel era un hermoso día, soleado y cálido. Se había
despertado de buen humor y saber que cada día mejoraba más hacía que todos se
volvieran muy optimistas. Aunque su maestro la reprendía constantemente por su
falta de concentración, la joven notaba que él también estaba orgulloso por sus
progresos.
Suspiró. Poco
a poco se fue adormeciendo hasta que se sumió en un profundo sueño. No supo
cuánto tiempo estuvo dormida antes de que un fuerte estruendo la despertase. Se
incorporó velozmente sobre la roca y, desde ella, trepó a la cima de un árbol
cercano. Lo que vio le paró el corazón.
Una veintena
de mutantes se acercaba a toda velocidad hacia el lugar, cabalgados por hombres
con los rostros ocultos tras máscaras.
No tardaron en congregarse al exterior todos los miembros de la orden.
La muchacha les gritó lo que sucedía, desde la cima del árbol. Todos los
rostros reflejaron el mismo horror que había sentido ella momentos antes. Tras
reponerse, todos los presentes se prepararon para la batalla.
Continuará…
Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...
¡Hola! Feliz año, como siempre publicando a final de mes... (yo tampoco me salvo esta vez jaja).
ResponderEliminarCon esta continuación la primera parte de "La gema" ya no parece un pedazo de historia cortado por el medio. Ahora se está poniendo interesante y espero que la tercera parte (que tienes que hacer, te obligo) sea más sorprendente que las anteriores.
Un saludo!