Una anomalía en la oscuridad

Anomalía: f. irregularidad, anormalidad o falta de adecuación a lo que es habitual.

A veces, demasiadas veces, sentía que la amargura y la tristeza la envolvían en la oscuridad. No quería llorar, pero siempre había una lágrima que terminaba deslizándose por su mejilla. Entonces sentía frío, se acurrucaba junto a una pared e intentaba darse un calor que nunca volvería a sentir.

Todavía veía los ojos de él diciéndole que no tuviese miedo, que con él estaría a salvo. Todavía escuchaba su voz, cada vez más lejana, sus risas, sus gritos; sentía sus manos sujetando las suyas con firmeza. Esa mirada acastañada, tan común y tan única…
Se habían conocido en el bosque al que no se debía ir, pero en el que ellos habían coincidido. Valentía la de él, cobardía la de ella. Toda la vida le habían dicho que se alejase de personas como él, y se lo repitieron después de conocerle. Pero ella había descubierto algo increíble en aquel joven, la soledad había dejado de abrumarla algunas noches y en su oscura vida había surgido una anomalía, una inusual luz.
¿Tan malo había sido aferrarse a aquella esperanza? Ella solo quería aprender a soñar, a amar, a vivir. Y él quería enseñarle. Al principio no había sido más que una amistad incorrecta, donde ambos se dedicaban a transgredir las normas en aquel oscuro bosque. Subían a los árboles, miraban las estrellas y gritaban al cielo.
El tiempo pasó y las bromas se transformaron en amistad y cariño. A él le prohibían ir al bosque, a ella estar con él; pero poco importó para ellos. Ella, que había crecido en las sombras, había podido conocer la felicidad; se preguntaba si él había conseguido algo de ella también. Quería creer que sí.
Un día, al despertar, ella se sintió diferente, apenada, con un extraño dolor interior; tal vez había despertado en ella por fin el poder de la oscuridad. Los que vivían con ella le advirtieron que ese dolor eran las consecuencias de estar con aquel joven. Debía dejar de estar con él si no quería hacerle daño ahora que la oscuridad formaba parte de ella sin remedio. Pero ella creyó que alejarse de él era lo peor que le podía hacer y huyó. Se alejó de su hogar y se sentó bajo las verdes ramas de algún árbol. Esa fue la primera vez que lloró.
Y él apareció, él la calmó. Todo parecía que podía llegar a ir bien. Entonces ella descubrió sus manos manchadas de oscuridad, aquella que había creído dejar atrás, pero que siempre la perseguiría. Él intentó reconfortarla incluso cuando ella dudaba de sí misma. Esa aparente felicidad duró pocos meses. Ella cada vez se sentía más y más angustiada por las sombras que la perseguían y él la cuidaba. Pero lo que no debió suceder, sucedió.
Ella comprendió por qué el mundo de ambos debía permanecer separado. Fue tan ingenua que se dejó llevar por la esperanza de él; fue demasiado confiada. Cuando quiso darse cuenta, él ya la amaba y la oscuridad de ella lo alcanzó; solo que él no estaba preparado para semejante negrura. Ella gritó y lloró, pero, impotente, vio cómo su propio poder, su propia sombra, apagaba la luz del joven.
Al final solo quedó un cuerpo vacío y frío.
La desesperación se apoderó de ella. Odió su propia existencia, tan ligada a la oscuridad, la misma que había acabado con la luz de la única persona que había visto otro camino para ella. Pero ella, aunque había nacido, crecía y algún día desaparecería, no era como él, nunca lo había sido. Y esa diferencia no había sido suficiente para evitar que se amaran.
Así, arrodillada en la nieve, fue como la encontraron los humanos, deseosos de venganza. Ella intentó defenderse, pero no tenía deseos reales de huir o salvarse, ya no tenía ningún deseo. Los humanos la capturaron y la encerraron en una oscura sala.
Escuchaba muchas veces las voces de sus captores en su mente, despreciándola, insultándola, recordándole que solo era un inútil espíritu de la muerte. Ella no sabía si lo que decían era cierto, solo había creído saber alguna vez que no era del todo humana y que los de su especie evitaban el contacto con ellos. Sin embargo, hasta que su luz se había ido definitivamente, ella nunca se había planteado que detrás de todo hubiese un motivo tan oscuro.
¿Era así la vida? ¿Una sucesión de sombras con algún pequeño destello por el medio?
La joven observaba sus manos sin verlas en aquella penumbra que la rodeaba desde hacía varios años. No las veía, pero las recordaba tal y como las tenía la última vez, negras de maldad, rojas de sangre. Pasaba el tiempo y no desaparecía, como había supuesto. Tal vez aquel era su tormento eterno, un lugar sin esperanza donde por lo menos nadie más saldría herido por ella.
Ignoraba que, fuera, la guerra entre humanos y espíritus había comenzado años atrás, sin poder evitarse. Lo ignoraba todo.
Pero un día, en el techo de su fría y oscura celda, no pudo ignorar aquella anomalía, aquella luz. Por primera vez en años, las lágrimas quisieron desparecer y en su lugar surgir una sonrisa. Porque la calidez que transmitía aquella luz era la misma que una vez la había iluminado, cuidado y amado.
Dudó, pero comprendió que quedarse en aquella celda no cambiaría lo que le había sucedido al joven que amaba, lo que por su culpa había sucedido, o lo que ella misma había hecho. Se levantó de su rincón y se colocó bajo la pequeña luz. Si la hubiese iluminado quizás hubiese visto que sus manos ya no estaban cubiertas de oscuridad.
Aunque solo fuese una luz, si el haber sido seres distintos no importó en su momento, en aquel no importaba que ese sentimiento de calidez fuese transmitido por aquel pequeño ser luminoso, tal vez un espíritu bondadoso. Nada garantizaba que fuese él, sin embargo, al evocarlo una vez más, decidió que él habría querido que encontrase de nuevo la felicidad.
Saltó y atrapó la lucecilla entre sus dedos, la llevó hasta donde una vez le había latido ardiente un corazón. El suelo tembló y escuchó gritos de terror. Ella cerró los ojos y abrazó aquel pedazo de luz que representaba toda la felicidad que había tenido.

Quizás todo se derrumbase segundos después, pero ella no temía, porque sabía que si desaparecía, desaparecería con él…


Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...

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