El ser tenebroso



Era una oscura noche, con un cielo repleto de nubes y un viento helado. El bosque se había vuelto tenebroso, los animales se habían refugiado; no se oía más que una furiosa brisa agitando las ramas de los árboles.

Un leve sonido de hojas despertó al ser que habitaba el castillo. Alguien había osado penetrar en el temible bosque. Las hojas se deslizaban sobre la tierra acompañadas de un suave sonido de pasos. Aquel que desafiaba las normas del ser tenebroso continuaba caminando en dirección al castillo, con firmeza, sin intimidarse por la oscuridad.
El ser rugió levemente, disgustado, y la furia invadió todo su ser. Un sonoro rugido salió de sus entrañas al tiempo que abría sus pequeños y llameantes ojos. Pero el intruso no se detuvo; sus pasos sonaban cada vez más cercanos. El ser sintió la insignificante vibración de sus pisadas abandonando el tenebroso bosque, alcanzando el claro en el que se alzaba el castillo.
Y supo que solo había alguien capaz de haber llegado tan lejos, de haber traspasado los límites hasta tal extremo. Ella era una humana dispuesta a despertar al oscuro ser y probablemente pagar el alto precio. Si estaba allí no era para derrotarle, no había ser en el mundo capaz de arrebatarle su trono de poder. Estaba allí porque necesitaba algo.
El oscuro ser rugió de nuevo como advertencia y la humana se detuvo frente a las puertas del inmenso castillo de mármol negro. El viento se mostró huracanado, las nubes empezaron a girar y varios rayos cayeron en las inmediaciones del bosque. La humana dio un paso al frente y empujó la puerta. El ser permitió su entrada.
El lúgubre castillo estaba recorrido por polvorientos pasillos de piedra negra. Unas débiles llamas tan antiguas como el propio mundo, oscilaban parpadeantes, queriendo desaparecer. Pero ni el propio fuego podía hacer frente al despiadado ser. La humana se acercó a una de las arcaicas antorchas y cogió la llama rojiza con sus manos. Le sonrió y la dejó volar libre, huir de su eterno tormento y encontrar su lugar en el mundo.
La sonrisa de la humana era cálida.
El perverso ser comenzó a estirar sus extremidades a medida que la presencia de la humana invadía el castillo. Olía a corteza, hojas verdes y flores silvestres. La furia del ser aumentó cuando ella se detuvo en el centro del vestíbulo y abrió la trampilla que daba paso a unas angostas escaleras de caracol. No temió al poner uno de sus piececillos en el primer escalón, ni tampoco al iniciar el descenso a las entrañas de la arcaica y poderosa construcción.
El oscuro ser, tras milenios de paz en su tenebroso refugio, se irguió mostrando todo su tamaño y despertó de su largo letargo. Incluso allí, en las profundidades del castillo, en esa escondida gruta, las paredes eran de puro y afilado mármol.
La humana bajó el último escalón y se sumió en la oscuridad. Se guió por las ásperas paredes de roca y avanzó sin temor. Iba descalza, sin preocuparse por los cortes que sus pies comenzaban a sufrir a medida que el suelo se volvía más y más basto. Su sencillo vestido de tela blanca y pura se había ensombrecido en aquel hostil lugar. Y sus cabellos anaranjados y delicados estaban enredados tras su paso por el bosque tenebroso. Pero la humana, aun en aquellas circunstancias, mantenía su calma y su hermosura imperturbables.
El camino de punzante mármol comenzó a abrirse dejando ver una zona iluminada. La humana avanzó por la gruta hasta ese lugar, en lo más profundo del castillo. Al llegar, se encontró con un amplio espacio con un techo tan alto que apenas se podía adivinar; había descendido bastante por las escaleras. La luz no procedía del lejano exterior ni de ninguna antorcha, la luz provenía de los llameantes ojos del oscuro ser.
Y a pesar de estar en su presencia, ante aquel demonio de diez metros de alto por seis de ancho, a pesar de sus afilados colmillos, sus enormes y punzantes cuernos, sus desafiantes pinchos y su aterradora mirada; la humana no cedió. Respiró hondo y miró cara a cara a aquel demonio que se hacía llamar el rey del mundo.
El despiadado ser rugió provocando un efecto de eco en toda la gruta, empujando a la humana hacia atrás. Pero ella se alzó de nuevo. Su vestido blanco resplandecía ante la ardiente mirada del demonio.
—He venido —dijo con firmeza.
El demonio no se inmutó, sabía que ese día llegaría.
La humana avanzó un paso más y el demonio la detuvo con un rugido.
—¡¿QUÉ ES LO QUE BUSCAS?! —resonó la voz del oscuro ser por todo el lugar.
La humana tuvo que taparse los oídos y ocultar su rostro para no ensordecer por sus palabras ni cegarse por la luminosidad de sus ojos. Era notable que estaba ante un ser superior. Ella se recompuso y habló de nuevo:
—La oscuridad ha llegado al mundo en tu ausencia. Hace años que el sol apenas sale, provocando un largo invierno —explicó con dolor—. Los niños nacen muertos, los animales mueren y las plantas empodrecen.
El demonio mostró su numerosa hilera de dientes, con satisfacción. La humana reprimió una lágrima y se arrodilló.
—Demonio que has gobernado este mundo, otro aún mayor que tú ha llegado para desafiarte.
El ser rugió y todo tembló.
—¡NO HAY NADIE MÁS PODEROSO QUE YO! —advirtió.
Pero la humana se levantó con la mirada triste.
—Tal vez no en el lugar del que procedes, pero los tiempos cambian.
El demonio se sorprendió al descubrir que la osada humana era poco más que una niña. Su ira creció ante tales comentarios, pero ella no cedió.
—¡Te gusta la destrucción! —lo acusó—. Pero si todo sigue así ya no tendrás mundo que gobernar.
El ser, harto de prestarle atención, se agachó y puso su gigantesca cabeza a la altura de la de la joven.
—DECÍA UNA ANTIGUA PROFECÍA QUE UNA ÉPOCA TERMINARÍA CUANDO UNA HUMANA PENETRASE EN MIS DOMINIOS —le escupió.
Ella se secó la cara y su mirada se volvió lejana.
—No sé nada de profecías, no sé si soy esa humana, solo quiero salvar a mi pueblo —y esta vez mostró su debilidad con una lágrima.
El ser se separó de ella y derribó una de las paredes de mármol por pura diversión. Una vez demostrado su poder, se giró hacia la muchacha.
—DIME ENTONCES, ¿QUIÉN ERES?
Ella bajó la mirada y acarició uno de sus anaranjados cabellos.
—Soy la última humana nacida con vida —alzó la cabeza con dolor—. Tengo dieciséis años, ¡hace dieciséis años que no nace ningún humano!
La risa gutural del tenebroso ser asustó levemente a la joven.
—ENTONCES VUESTRA ERA SE HA TERMINADO.
—¡No! —suplicó la humana.
Se acercó precariamente al demonio.
—No lo permitiré —anunció.
El oscuro ser dio unos pasos hacia un lado dejando ver aquello que se ocultaba tras él. La humana no tuvo necesidad de asomarse para apreciar el inmenso y abrupto abismo que se abría ante ella. Tragó saliva.
—SÍ HAY ALGO MÁS PODEROSO QUE YO —desveló—, EL PROPIO PLANETA.
Dio unos pasos hacia el profundo abismo, haciendo temblar toda la gruta, y desplegó un par de alas pesadas, escamosas, afiladas y aterradoras. Sin despedirse siquiera, alzó el vuelo sobre el barranco y se perdió en las profundidades del castillo, más allá del abismo.
Entonces la humana quedó sola, sin luz, en aquel aterrador lugar. Su propio mundo era lo único que podía salvar a su raza, tal vez el mismo mundo que los había condenado. Nadie sabía con certeza si realmente había sido otro demonio el que había alterado a todo ser, viviente o inerte. Pero por algún motivo la oscuridad había arrasado el mundo, la luz lo había abandonado.
¿Por qué ella debía salvar a los humanos? Y escuchó las palabras de la anciana de su aldea: «Solo la última humana tendrá la luz suficiente para rescatar este impuro mundo». Era ella, pero en ese preciso instante todo a su alrededor era oscuridad. Sin embargo, una lucecita comenzó a acercarse a ella. La joven la miró asombrada y descubrió la llama rojiza que había liberado al entrar en el castillo. Había vuelto para guiarla.
Y la muchacha supo qué hacer. La llama se asomó al abismo y la joven pensó en todo lo hermoso que había vivido con su familia, sus amigos y su pueblo. No era mucho, pero lo suficiente como para desear fervientemente ayudarlos, sin importar las consecuencias. Aquel era su precio por perturbar al mayor demonio del mundo, por cruzar los límites humanos, por salvar a su pueblo.
Sintió la calidez de su gente una última vez y se arrojó al abismo. Saltó y se dejó caer como una pluma. Cayó y cayó, se ofreció a su mundo para que este protegiese a sus compañeros; porque merecía la pena que los humanos continuasen viviendo.
Su alma era pura, como pocas de las que quedaban. Los ríos lloraron y se desbordaron, la tierra tembló, el mar se enfureció, el viento rugió. El propio planeta lamentaba perder una vida tan valiosa.
Y entonces, después del terror más absoluto, el mundo se llenó de paz. La luna y las estrellas salieron de entre las nubes, los animales se atrevieron a salir y los humanos sonrieron. El demonio más oscuro que jamás había habitado el mundo, su gobernante, se posó en una de las rocas de mármol del interior de su castillo y cerró los ojos.

Se sumió en un largo letargo que solo terminaría cuando el alma más pura, que se había sacrificado por todo el planeta, volviese a él en una nueva vida. Cuando el mundo estuviese a punto de sumirse de nuevo en la oscuridad.


Gracias por leer y déjate llevar por la fantasía...

Comentarios

  1. La verdad es que me ha gustado y me ha sorprendido. En especial el misterio del principio, que se ha mantenido, en cierto modo, hasta el final. Me ha parecido una historia curiosa y diferente. Sigue así, Sindy.

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  2. Muchas gracias Rush (por un momento temí que fueses a reprocharme el toque siniestro de la historia, jajaja). Llevaba un tiempo con esa escena en mi cabeza, una joven con vestido blanco saltando a un oscuro abismo... No pude escribir una historia adecuada en su momento, pero ahora sí. Me alegro de que la hayas disfrutado!

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  3. Sindy, por un momento yo también pensé en reprochártelo jajajaja.

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